domingo, 24 de agosto de 2014

...las mujeres llevan una geisha dentro

Llegada la época estival no puedo evitar dar rienda suelta a una de mis múltiples filias: los pies de las
mujeres. No sé si está bien visto o no reparar en los pies desnudos de las féminas que pasan por delante de mí, pero bueno, así como es fácil que una señora te reprenda por que le mires partes más protuberantes y obvias, rara vez alguna te dirá... "¡Oiga! ¡Vaya usted a mirar los pies de su puñetera madre!", así que seguiremos alimentando esta afición hasta que se ponga de moda y me cierren la veda estacional que disfruto libremente y sin licencia.

Ignorando la existencia de esos pies que todos hemos visto, y cuyas propietarias desconocen la existencia de la piedra pómez, los artilugios mecanizados del teletienda y del pediluvio, no hay más que echar una ojeada para darse cuenta de la cantidad de pobres pies, acá y allá, aquejados de malformaciones dactilares, y que yo me aventuro a suponer que en mayor medida no son congénitas, y que hacen increible creer que en sus orígenes hayan podido ser cinco bonitos guisantitos.

Todas las fuentes consultadas para calmar mi desazonado sinvivir al respecto del origen de tan poco atractivas y tan graves lesiones aseguran que el culpable doloso de tal atropello es el zapato de tacón, ese precioso zapato que tanto estilizó las piernas desde las generaciones de Doris Day y Sophia Loren, y que tanto apretujó esos sufridos dedos en aras de que la estilización llegara hasta la puntera del zapato. Cada una en su estilo, la madre de América y su antagónica, tacones en la cocina y tacones en la playa, desde entonces, coreando la moda, sus congéneres han sufrido más o menos esa pesadilla de estilización dirigida a este agradecido público masculino, hasta llegar a nuestros días donde las jovencitas, que se calzan, no, se suben a las plataformas más imposibles con tacones que emulan al mismísimo Empire State Building. Y eso, amigas, tiene un precio, y ese precio lo habéis de pagar.

No olvidaré nunca un reportaje que vi hace algún tiempo sobre las geishas, donde se narraba entre otras cosas el sufrimiento a las que están sometidas desde niñas por la obsesión cultural nipona por los pies pequeños, mas propios de una muñeca que de una humana japonesa, y que inevitablemente llevan a horribles deformaciones, no comparables a un hallux valgus (de apodo Juanete) o a unos dolorosos dedos en martillo, pero que de alguna manera, cuando veo un pie con dedos montados comprando en el supermercado, me lleva a rememorar aquellos pies de geisha.


Y es por eso por lo que yo digo que las mujeres llevan una geisha dentro.





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