Estos adornos epidérmicos, dibujados con cierto sadismo y mucho masoquismo, son los tatús, que hasta hace no hace tanto solo se conocían en Popeye, en forma de ancla de un solo trazo, o en legionarios, con un formato más o menos estándar consistente en un corazón apuñalado y una vitola debajo que rezaba "Amor de Madre". Hasta aquí, creo que todos podemos estar de acuerdo en que la evolución artística de estas decoraciones de origen tribal tienen su puntito, y como todo puntito se puede ir de las manos; de las manos, de los brazos, a la espalda, piernas, torso, cara... y es evidente que se ha ido de las manos. Son modas, como los pantalones de campana a lo hippie o las hombreras a lo Linda Evans, pero con efecto secundario. Los pantalones se empitillan y las hombreras echan el vuelo, pero los tatús... ¡ay los tatús!... los tatús, o se borran con métodos propios de la mismísima Inquisición, o mueren desfigurados con el lienzo donde se pintaron, y lo que fue flor de un día pasa a ser una pesadilla que te recuerda día a día que tuviste tiempos más firmes y tersos.
Y como todo lo que se va de las manos, al final se desparrama, y si nos ponemos a imitar a las tribus aborígenes, las imitamos, perfeccionamos, superamos y nos las comemos con patatas, y como el tatú sabía a poco, pasamos de los adornos epidérmicos a los dérmicos, hipodérmicos e intramusculares.
Nuestras raíces cavernícolas se aceptaron socialmente en nuestros días en forma de maquillaje y de taladros auriculares dispensados en farmacia, por lo visto de forma indolora, pero con grandes llantos de las pobres niñas a las que se les marcaba preceptivamente cual res. Ya en mi generación, repleta de padres liberadores, ha sido una costumbre bastante habitual no hacer sufrir a sus retoñas, enfrentándose con una legión de abuelas deseosas de horadar lóbulos de nietas y argumentado a favor de sus pequeñas herederas que sean ellas, ya adultas, las que decidan qué, cómo y dónde taladrarse.
Y como es bien sabido, este tipo de acciones razonadas por los padres producen en los hijos un efecto contrario que les obliga inevitablemente no solo a no hacer lo que el padre dice, si no a hacerlo multiplicado por N... así que, a la mínima de cambio, después de preguntar inútilmente a papá durante años que por qué no tiene pendientes como el resto de las niñas de su clase, llega el día que por fin puede tomar su propia decisión y a la vez que la niña se taladra el lóbulo, se lo taladra dos veces... ¿que qué he hecho? dos, tres y las que hagan falta para provocar el buscado escándalo paternal, y si la oreja es poco, nos vamos a narices, lenguas, labios, y cualquier zona susceptible de que le cuelgue o le atraviese algo y ya ahí es donde las modas decoradoras pasan a ser modas horripiladoras. Y quien dice niña, dice niño, que para eso somos iguales... y aunque no conozco caso de padre progre que haya llevado a su recién nacido vástago a la farmacia a poner unos pendientitos, que seguro que los hay, la competición intergénero por el taladrismo corpóreo es una práctica habitual entre nuestros jóvenes y jóvenas.
Nuestras raíces cavernícolas se aceptaron socialmente en nuestros días en forma de maquillaje y de taladros auriculares dispensados en farmacia, por lo visto de forma indolora, pero con grandes llantos de las pobres niñas a las que se les marcaba preceptivamente cual res. Ya en mi generación, repleta de padres liberadores, ha sido una costumbre bastante habitual no hacer sufrir a sus retoñas, enfrentándose con una legión de abuelas deseosas de horadar lóbulos de nietas y argumentado a favor de sus pequeñas herederas que sean ellas, ya adultas, las que decidan qué, cómo y dónde taladrarse.
Y como es bien sabido, este tipo de acciones razonadas por los padres producen en los hijos un efecto contrario que les obliga inevitablemente no solo a no hacer lo que el padre dice, si no a hacerlo multiplicado por N... así que, a la mínima de cambio, después de preguntar inútilmente a papá durante años que por qué no tiene pendientes como el resto de las niñas de su clase, llega el día que por fin puede tomar su propia decisión y a la vez que la niña se taladra el lóbulo, se lo taladra dos veces... ¿que qué he hecho? dos, tres y las que hagan falta para provocar el buscado escándalo paternal, y si la oreja es poco, nos vamos a narices, lenguas, labios, y cualquier zona susceptible de que le cuelgue o le atraviese algo y ya ahí es donde las modas decoradoras pasan a ser modas horripiladoras. Y quien dice niña, dice niño, que para eso somos iguales... y aunque no conozco caso de padre progre que haya llevado a su recién nacido vástago a la farmacia a poner unos pendientitos, que seguro que los hay, la competición intergénero por el taladrismo corpóreo es una práctica habitual entre nuestros jóvenes y jóvenas.
De todas las variantes dermoperforadoras estándar, la que más me llama la atención es la del joven portador de aros descomunales en sendas orejas. En otros tiempos, los hombres solo eran merecedores de un aro si superaban a vela el Cabo de Hornos y dos si repetían la hazaña con el Cabo de Buena Esperanza y muchos de ellos eran más bien piratas. Hoy en día, da la sensación de que son más bien piratones y sin la más mínima tradición marinera.
Este asunto de los aros y pendientes en sitios insospechados es el pirsin, mutilaciones de todo tipo atravesadas por enseres de cualquier forma y material, y que yéndose de las manos se denomina túnelin. Otra moda que ya ni me imagino los efectos secundarios que tiene a medio plazo, ¿quién no ha visto a un caníbal con un hueso atravesándole la nariz o un plato de ensalada en la boca? ¿ha visto alguien al mismo caníbal desprovisto de la vajilla encastrada?... por algo será...
Ahora es "normal" plantarse diez pendientes en la oreja, ¡qué cómodo!, o encargar un agujero en el lóbulo que me quepa el puño: ¡que bonito! y sobre todo, ¡qué útil!. ¿Y que me decís de esa dependienta con tres bolas perforando la lengua y otras cuatro los labios?: "¿Fé fecea?", "unos calcetines", y ella dice "fe ke tafya", mientras babea, porque le hace aguas la boca por 3 sitios diferentes...
Pero el sumun de la bricodermis, la suma del tattoo y el piercing, que digo la suma, la multiplicación y la potencia es la escarificación. Te recomiendo que no lo busques en Google Images si eres sensible al sufrimiento humano, aunque sea incomprensiblemente voluntario. Es como cuando te caes de la bici en el asfalto y te arrancas la piel a tiras, pero con mucho arte y dudoso gusto, indescriptible, es la evolución del tatuaje en tresdé con dolor redoblado y perdidas de tejidos merecedoras de transfusión de sangre e injertos.
Y yo me pregunto... ¿Cómo diablos surge esto de la escarificación como moda urbana? De repente alguien se mira al espejo y observa que su piel es sosa, lisa, suave, lechosa, salpicada con algún tatú, quizá un pirsin y decide poner remedio a tan espantosa herencia cromosómica de la especie humana. El sujeto se pone a mirar libros de antropología y topa, por ejemplo, con la tribu Nuer y como por aquí tenemos que imitar, perfeccionar, superar y comernos con patatas cualquier cosa que otro haga, aunque sea estúpida y sea la consecuencia de no disponer de tele por las noches o no tener un trabajo de ochoatrés, decide formar parte de tan salada tribu africana poniendose en manos de un tipo que es el mismo muestrario de lo que vende en su local, y le incorpora el relieve de la Sierra de Guadarrama a su chepa o la representación de la cuenca del Duero y todos sus afluentes a su torso, con ayuda de bisturís, cutters, tijeras, suturas e la inserción de cosas variadas bajo la piel, la aplicación de remaches, cremalleras, velcros, mosquetones, clavos, fisureros, o cualquier otra elemento de alpinismo o metalurgia que pueda proporcionar el más espantoso de los rechazos a los que aceptamos nuestras mollas como son, fofas y que como mucho nos conformamos con decoraciones como esta:
Y yo me pregunto... ¿Cómo diablos surge esto de la escarificación como moda urbana? De repente alguien se mira al espejo y observa que su piel es sosa, lisa, suave, lechosa, salpicada con algún tatú, quizá un pirsin y decide poner remedio a tan espantosa herencia cromosómica de la especie humana. El sujeto se pone a mirar libros de antropología y topa, por ejemplo, con la tribu Nuer y como por aquí tenemos que imitar, perfeccionar, superar y comernos con patatas cualquier cosa que otro haga, aunque sea estúpida y sea la consecuencia de no disponer de tele por las noches o no tener un trabajo de ochoatrés, decide formar parte de tan salada tribu africana poniendose en manos de un tipo que es el mismo muestrario de lo que vende en su local, y le incorpora el relieve de la Sierra de Guadarrama a su chepa o la representación de la cuenca del Duero y todos sus afluentes a su torso, con ayuda de bisturís, cutters, tijeras, suturas e la inserción de cosas variadas bajo la piel, la aplicación de remaches, cremalleras, velcros, mosquetones, clavos, fisureros, o cualquier otra elemento de alpinismo o metalurgia que pueda proporcionar el más espantoso de los rechazos a los que aceptamos nuestras mollas como son, fofas y que como mucho nos conformamos con decoraciones como esta:
Una técnica ancestral que permite la impresión temporal de símbolos en la piel mediante una simple técnica y con una única frase que se puede traducir como "me aprieto el cinto con cojones", por eso yo digo que para decorar tu cuerpo no hace falta que te mutiles.
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